Trinidad y Tobago, el país insular situado a solo 11 kilómetros de la costa venezolana, ha dado un giro histórico en su política exterior bajo el liderazgo de la primera ministra Kamla Persad-Bissessar. Tras décadas de una cautelosa neutralidad y de servir como puente diplomático, el gobierno ha optado por una alineación estratégica con Estados Unidos, lo que ha tensado drásticamente sus relaciones con el gobierno de Nicolás Maduro y lo ha convertido en un actor clave en la geopolítica regional.
Las razones del realineamiento: seguridad y energia
El cambio de rumbo está impulsado por dos factores principales. Primero, la urgente preocupación por la seguridad nacional. Persad-Bissessar ha justificado la colaboración militar con Washington, incluyendo ejercicios con buques de guerra como el USS Gravely, como una necesidad para combatir el crimen organizado y el narcotráfico, amenazas para las que un país pequeño como el suyo carece de recursos. Segundo, existen importantes intereses económicos y energéticos. Trinidad y Tobago, con su sector energético desarrollado, busca asegurar inversiones y el desarrollo de yacimientos como el gasífero Dragón, lo que requiere licencias de EE.UU. y se alinea con la formación de un nuevo corredor energético en el Caribe junto a Guyana y Surinam.
Este acercamiento a Washington ha tenido consecuencias inmediatas y profundas. Las relaciones con Venezuela se encuentran en su punto más bajo, con Caracas declarando persona non grata a la primera ministra y paralizando años de negociaciones para proyectos energéticos conjuntos, vitales para la economía trinitense. Los analistas advierten que, si bien un enfrentamiento militar directo es un riesgo moderado, Puerto España ha roto con la tradicional política de no alineamiento del Caribe (CARICOM). Su nuevo posicionamiento lo sitúa en el centro de la pugna geopolítica entre EE.UU. y Venezuela, transformándolo de un testigo neutral en un protagonista cuyas decisiones ahora repercuten en toda la región.

