En un giro que parecía impensable hace solo un año, el primer ministro canadiense Mark Carney y el presidente chino Xi Jinping se dieron un cálido apretón de manos en Corea del Sur, marcando la primera reunión bilateral en ocho años. Este encuentro, al margen de la cumbre APEC, surge tras una década de tensiones que explotaron en 2018 con el arresto de la ejecutiva Huawei Meng Wanzhou y la detención de dos canadienses en China. Ahora, con visitas ministeriales, llamadas de alto nivel y la reapertura china al turismo canadiense en grupo, ambos países prometen un “punto de inflexión” enfocado en comercio y colaboración, incluyendo planes para que Carney visite Beijing.
El catalizador de este deshielo es la escalada guerra comercial de Donald Trump contra Canadá, su aliado más cercano. Aranceles punitivos estadounidenses, interrumpidas negociaciones y hasta bromas sobre “fusionar” ambos países han dejado a Ottawa en una posición vulnerable. Canadá, que ya impuso un 100% de tarifas a vehículos eléctricos chinos (al igual que EE.UU.), ahora enfrenta represalias chinas en canola y agricultura. Beijing ofrece eliminarlas si Ottawa revierte sus medidas, convirtiendo a China en un socio atractivo. Expertos como Lynette Ong destacan un “giro de 180 grados” impulsado por la necesidad, mientras encuestas muestran que los canadienses ven a EE.UU. como una amenaza mayor (46%) que a China (34%).
Sin embargo, no todo es optimismo: analistas advierten que China busca sembrar discordia en Occidente para debilitar un frente unido contra sus ambiciones globales. Michael Kovrig, exdetenido en China, señala que Beijing explota la vulnerabilidad canadiense para crear una “gran brecha” con Washington. Aunque Xi adopta un tono más conciliador con aliados de EE.UU., Ottawa camina sobre un delicado cubo de Rubik: diversificar socios sin aislarse de su vecino. En este juego de ajedrez geopolítico, el enemigo de mi enemigo podría ser un amigo… por ahora.

