La COP30 que se celebra en Belém, Brasil, ha sido catalogada por la prensa internacional como la “cumbre de la verdad”, en un contexto de predicciones desalentadoras donde el secretario general de la ONU, António Guterres, advierte que el calentamiento global podría llegar a 2,8°C. Esta conferencia, que tiene como símbolo poderoso el estar situada en la Amazonía, se desarrolla bajo la sombra de la ausencia de los líderes de las mayores potencias contaminantes y con la urgencia de que los países presenten compromisos climáticos más ambiciosos.
El anfitrión, el presidente Lula da Silva, ha lanzado oficialmente un fondo multimillonario llamado “Bosques Tropicales para Siempre” (TFFF). La propuesta brasileña es audaz: solicita a las naciones ricas una contribución inicial de 25.000 millones de dólares para movilizar 100.000 millones más del sector privado. El mecanismo es concreto: los países que conserven sus bosques tropicales recibirán 4 dólares por hectárea al año, mientras que deberán pagar una multa de 140 dólares por cada hectárea destruida, verificada mediante imágenes satelitales. Noruega y Alemania ya figuran como posibles donantes.
La cumbre enfrenta un desafío político mayor: la ausencia notoria de los líderes de Estados Unidos, China, India, Rusia e Indonesia, que son los mayores emisores de gases de efecto invernadero. Esta falta no solo es protocolaria, sino que refleja crudamente que la protección climática ha perdido protagonismo en la agenda global. A pesar de la urgencia, simbolizada por el hecho de que “ya no son las doce menos cinco, sino las doce y cinco”, la voluntad política de las superpotencias brilla por su ausencia, poniendo en serio riesgo la posibilidad de evitar las peores catástrofes climáticas.

