Sin un complejo marco filosófico pero con una velocidad de ejecución arrolladora, la administración Trump ha lanzado lo que muchos analistas llaman la “Donroe” (una fusión de Donald y Monroe). Se trata de una doctrina de política exterior que, bajo la premisa de asegurar el “patio trasero” estadounidense, está utilizando todas las herramientas a su disposición: desde imponer aranceles a todos sus vecinos continentales y desplegar un portaaviones en el Caribe, hasta designar cárteles como organizaciones terroristas para justificar operaciones militares transfronterizas. El objetivo declarado es claro y contundente: expulsar a las potencias rivales como China y Rusia de la región y acabar con lo que percibe como las principales amenazas domésticas: las drogas, la inmigración y la influencia de la “izquierda lunática”.
Esta postura agresiva marca un revulsivo total respecto a administraciones anteriores y bebe directamente de la Doctrina Monroe de 1823 (“América para los americanos”), que estableció el hemisferio occidental como esfera de influencia exclusiva de Estados Unidos. Sin embargo, la “Donroe” cambia las reglas de la no intervención por una injerencia directa y multifacética. Mientras expertos del Center for Strategic and International Studies advierten que esta estrategia puede crear “una mayor distancia entre Washington y la región”, figuras clave del movimiento MAGA como Steve Bannon celebran esta nueva dirección, afirmando que el concepto “no existía, y ahora la gente dice: ‘Sí, definitivamente, estoy de acuerdo. Me encanta'”.
